martes, 9 de octubre de 2007

diario de un poeta reciéncastrado

En la eternidad me da tiempo a crear una eternidad y a destruirla, a defender su existencia y a refutarla, a dejar de ser yo y a perder la esperanza de volver a serlo de nuevo.
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Las palabras preceden a los conceptos: no existen el odio ni el rencor, sino palabras que dicen que aquí termina el “odio”, que aquí empieza el “rencor”.
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Discoteca en ciudad estudiantil: un rumor de extranjeras entre el ruido, pieles blancas diluidas en lo oscuro.
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Resucité y antes que nada fui a echarme un sueño. Tenía mucha quimera que imaginar después de tanto tiempo en la muerte sensata.
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Cazo un león para enfrentarme a mis enemigos, más fieros que yo.
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Esposa predecible: forman tu familia lo que está solamente donde está, lo que no es sino lo que es y lo que nada más sucede cuando sucede.
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Los únicos instantes verdaderos son los felices: los demás ya habían sucedido con anterioridad.
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El escritor que es entendido después de muerto, resucita.
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Umbral sobre Delibes: “Una intimidad con temperatura de mito”.
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Podemos sobreponernos fácilmente a los tiempos que vivimos: lo sabe la que se maquilla aceleradamente mientras procesan con lentitud los ordenadores.
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Antes de escribir, no me ofrecen la página blanca, sino en el negrísimo de todos los textos posibles superpuestos.
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El mar en que se ahogan los cartógrafos
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Me hiciste tu regalo y comencé a darle golpes hasta que al fin fue mío.
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El que ruega que haya contrincantes para demostrar que él es único.
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Este hoy existe desde hace siglos, desde antes que existieran los siglos.
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con la sensación de haber destapado el frasco del placer
y sufrir el ruido de la tapadera rodando escaleras abajo
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Señalo los objetos para no definirlos, los volúmenes que encuentro en mi no saber hablar.
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Un paisaje monótono espía su fealdad por puro aburrimiento
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Tengo una historia a flor de superficie: cuando huyo de ella va escarbando a mis adentros.
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Rocío matinal: sudan los pétalos de imaginar que un día (¡nuevo!) les sobreviene.
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Lo que más me conmueve es ver a alguien que nunca se ha emocionado.
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Me convertí en escéptico al creerme todo lo que decían los escépticos.
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(...) si es difícil, angustia; nos aburre si es fácil.
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Aquel chico era tan culto y hablaba tan rápido que no me daba tiempo a buscar en mi memoria las notas al pie de su conversación.
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Chéjov, en “El estudiante”: “Una súbita alegría agitó su alma. Incluso tuvo que detenerse durante un momento para recuperar el aliento. El pasado, pensaba, estaba ligado al presente por una cadena ininterrumpida de acontecimientos que se sucedían. Y tenía la sensación de que acababa de ver los dos extremos de esa cadena: al tocar uno de ellos, había vibrado el otro.”
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Para terminar:
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anotaciones de un poeta enamorado (de sí mismo, se entiende)
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Soy contrario a leer mis poemas en voz alta. Y si lo hago, passo de que enjuicien mi lectura. Nadie mejor que un mal poeta para levantar un poema malo leyéndolo con adición de comas, ya que el poema bueno se sabe poner en pie él solo. Si el poema es bueno, disfrutarán de él los pocos que disfrutan con un buen poema. Si fuera malo, gozarían al escucharme los que normalmente gozan con oírme hablar, tranquilamente y sin afectaciones. No veo por qué tendría que leerlo “bien”, y no comunicarlo con naturalidad, de manera fluida, como conversación. Pero al terminar, nunca falta el declamante que replica: “muy bonitos los poemas, muy malo el recital”. Por eso no soporto los recitales. Y no digamos los de los demás: qué mal leen todos, los jodíos.